El antiguo telón de boca del Teatro Colón, utilizado cuando se inauguró su actual sede en 1908, con el Manto de Arlequín que todavía adorna la boca de escena, era de tela pintada y apertura vertical. Provisto por el celebrado Marcel Jambon, fue reemplazado en 1931, año en que el Teatro pasó a manos de la Ciudad de Buenos Aires. El “nuevo” telón, de dos paños de terciopelo con aplicaciones y apertura a la italiana, era una maravillosa pieza de arte textil, sin rival en otras salas de ópera por mí conocidas por la audacia y riqueza de su concepción y la calidad excepcional de su manufactura.
Inspirado en el Barroco francés del siglo XVII, heredero a su vez del Renacimiento italiano, su ornamentación se inspira en los muebles de Boulle del siglo XVII, y en su renacer bajo el reinado de Napoleón III. Su diseño no seguía las tendencias de su hora, el Art-déco, pero respetaba el estilo de la decoración arquitectónica de la Sala, que lo precedió en veinte años, con profusión de ornamentos de inspiración ecléctica clasicista, enriqueciendo el conjunto con gran armonía.
A la inexorable horizontalidad de los antepechos de los distintos niveles de palcos, cazuela, tertulia y paraíso, oponía un ritmo quebrado de aplicaciones que, desarrolladas en más de dos metros de altura, tanto en su contorno superior, con importantes variaciones, como en el borde inferior, de festones curvilíneos con ritmos bien marcados, magistralmente resueltos con aplicaciones de géneros distintos, cueros pintados y elementos de pasamanería.
Dos anchos galones paralelos ocre-amarillento se entrecruzan rítmicamente en sendas guardas, subrayando en vertical el encuentro de los paños del telón. El mismo motivo sostiene a intervalos regulares, desde el zócalo horizontal, una sucesión de liras verticales de lamé dorado, utilizado del derecho y del revés para producir sutiles contrastes, coronadas por ramas de laurel de un damasco de seda beige, que marcan la mayor altura de las aplicaciones, superando los 2,50 metros. A sus lados, de una simétrica profusión de hojas de acanto realizadas en terciopelo y damascos de colores distintos, que no las supera en altura, penden guirnaldas de flores pintadas sobre cuero de ovino. Apoyadas por debajo en un entrecruzamiento de galones dorados de pasamanería que construyen una suerte de treillage, rematando el borde inferior un festón quasi arquitectónico de hojas de acanto, en homogénea alternancia de concavidades y convexidades del que finalmente asoma una red de pasamanería rematada por una sucesión de borlas de lo mismo.