Iba de un ambiente a otro de mi casa. No recuerdo con qué propósito. Pero caminaba con el celular en la mano. Sonó un mensaje de WhatsApp, lo abrí y me quedé mirando la nada. Lo primero que me vino a la mente fue que se cerraron los ojos que más mundo han visto. Su obra es monumental. Fue un incansable caminador. Un humanista de la fotografía. Alguien que usó su cámara para darle voz a quienes siempre están olvidados.
Lo conocí en un taller para fotógrafos en la ciudad de La Plata allá por 1989. Ya era una personalidad en el mundo de la fotografía y sin embargo nos ayudó a los más jóvenes a tratar de afinar la mirada con humildad, repasando nuestras imágenes una y otra vez para descubrir un espíritu, un halo, con la palabra justa para alentar. Me invitó varias veces a cenar a su casa. No se cansaba de hablar sobre la fotografía. Y yo no me cansaba de escucharlo.
Cuando lo conocí yo tenía 29 años. Sebastião [1944-2025] me contó que precisamente a esa edad abandonó su carrera de economista y se abrazó a la cámara. «Entonces estoy a tiempo de ser un buen economista», recuerdo que le dije. Quedó como uno de esos chistes malos que sin embargo a veces repetimos entre conocidos, casi como un guiño.
Con aquella Leica que le tomó prestada para siempre a Léila, su esposa arquitecta que la había comprado para sus trabajos, emprendió una obra monumental. La más monumental de todas las obras de todos los fotógrafos del mundo. Empuñó su cámara como una herramienta para gritar contra la injusticia. Para contar las desigualdades del continente americano, para documentar la explotación del hombre por el hombre en trabajos inhumanos y mal pagos. Posó su mirada crítica en las consecuencias de las guerras y los desplazamientos de miles de refugiados que perdían sus casas, su dignidad y sus vidas.
Sebastião Salgado. Génesis. Edic. Taschen.
El genocidio de Ruanda marcó quizá su límite de resistencia al dolor. Sintió, en sus palabras, una profunda desilusión por la raza humana al ver aquella catástrofe. Y se enfermó. Recuperó fuerzas y salió del pozo pensando su proyecto Génesis. Fotografiar los lugares inexplorados y vírgenes del globo. Al tiempo que se propuso junto a Léila reforestar la finca de sus padres, dónde había crecido, y que por efectos de la ganadería y el cambio climático estaba en proceso de desertificación. Plantaron cientos de miles de árboles, por esas tierras renacieron cursos de agua que se habían secado y con ellos volvieron especies que creían en extinción. ¡Imagino su cara de felicidad al ver ese milagro de la naturaleza! Nos tenía preparada su última función con su serie de la Amazonia. A la edad en la que muchos se sientan a ver pasar la vida, él seguía caminando, subiendo montañas, exigiendo a su cuerpo y a su mirada. Siempre en un blanco y negro poderoso nos dejó un mapa de época inigualable. Valió la pena vivir su vida. Lo voy a extrañar. La fotografía lo va a extrañar.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios