La biblioteca de Ernesto Quesada

Dos de los salones de la residencia porteña de Ernesto Quesada, a la izquierda, el amarillo, y a la derecha el rojo. En ambos, los tapices que prestigiaban su colección. En revista Plus Ultra, marzo de 1918.


Otto Boelitz, primer director del Instituto Iberoamericano de Berlín, y sus colaboradores desembalan la biblioteca Quesada. Fotografía: Gentileza Ibero-Amerikanisches Institut.


Ex libris Ernesto Quesada. Biblioteca Nacional de Argentina.


Guillermo Palombo

 

Miembro Emérito del Instituto Argentino de Historia Militar, integrante del Grupo de Trabajo de Historia Militar de la Academia Nacional de la Historia, Académico Correspondiente de la Academia Sanmartiniana y del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, ex presidente del Instituto de Estudios Iberoamericanos.

 

Su producción impresa sobre diversas disciplinas (libros, folletos, capítulos en obras colectivas, artículos en revistas especializadas y diarios) supera los 300 títulos. Acaba de presentar Uniformes del Ejército Argentino (Lilium Ediciones, Buenos Aires, 2023), un estudio de consulta ineludible sobre el tema.


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Por Guillermo Palombo *

El hombre

 

Ernesto Ángel Quesada nació en Buenos Aires el 1° de junio de 1858. Fueron sus padres el doctor Vicente G. Quesada, diplomático e historiador, y doña Elvira Medina, hija de un presidente del Superior Tribunal de Justicia, el doctor Angel Medina.

 

Comenzó a cursar sus estudios primarios en 1869. Su paso por las aulas del porteño Colegio San José terminó en 1872, cuando con su padre viajó a Europa. Previa visita de Southampton, Londres y Colonia, en Dresden quedó incorporado al Vitzthum-Gymnasium, en el cual permaneció durante 1873 y 1874, mientras su padre siguió a Bruselas y de allí a París. A su regresó a nuestro país se incorporó al Colegio Nacional de Buenos Aires donde concluyó sus estudios secundarios. A los 20 años inició su vida universitaria como alumno de las Facultades de Humanidades y Derecho de Buenos Aires. En 1879 a mitad de la carrera, suspendió sus estudios universitarios locales y durante varios meses de ese año y del siguiente, concurrió a los cursos dictados en las Universidades de Leipzig, Berlín y París. A su regreso a la Argentina [en «el barco que traía las cenizas de San Martín»], se recibió de abogado, doctorándose con una tesis, publicada en 1882, sobre el régimen de quiebras. Tras un nuevo viaje a Europa, al regreso instaló su estudio jurídico, en tanto que, en forma simultánea o alternada, fue director de varias empresas y ocupó cargos políticos importantes.

 

El nuevo viaje a Europa de 1883 incluyó los países anglosajones. Comenzó su carrera diplomática trabajando en las legaciones de Río de Janeiro y Washington. En el último decenio del siglo fue intendente de la localidad de San Miguel [provincia de Buenos Aires] y también miembro electo del Concejo Deliberante de Buenos Aires. También dejó su huella en la magistratura judicial, su actividad principal, a la que ingresó en 1898 como Fiscal en lo Penal; ascendió a Juez de Primera Instancia en lo Civil en 1902 y a Fiscal de Cámara de ese fuero en 1910, cargo que desempeñó durante tres lustros, hasta su jubilación a comienzos de 1926. Durante la Reforma Universitaria de 1918 fue Interventor en la Facultad de Derecho. Se retiró de la docencia universitaria en 1921. En Berlín fue nombrado profesor emérito con renta vitalicia.

 

Su amplia producción jurídica, política, histórica y literaria comprende 564 títulos [1].

 

Quesada contrajo matrimonio en 1883 con Eleonora Pacheco, nieta del general Ángel Pacheco, con la cual tuvo cinco hijos: Fernando Vicente [1885-1950], Rodolfo Ernesto [1886-1952], Ernestina Beatriz [1888-...], Vicente [1891-1968] y Eduardo Ángel Quesada Pacheco [1893-1919]. Se divorciaron en 1912. Dos años después, Quesada conoció a la periodista y escritora alemana Leonore Niessen-Deiters [1879-1939], quien se encontraba de viaje por Sudamérica. Ambos mantuvieron intercambio epistolar durante los años de la Primera Guerra Mundial. Leonore se divorció de su marido J. Niessen en 1919 y se trasladó a la Argentina, donde tuvo un importante rol en la difusión de la obra de su amigo el filósofo Oswald Spengler, y contrajo nuevo matrimonio con Quesada.

 

La figura trascendida al público lo mostraba con un hombre corpulento, de cabellos canos cortos, siempre con un habano de gran tamaño en la boca, de chaqué o levita, contorneado de una gran humareda, eternamente enguantado y hablando siempre con voz poderosa y de inflexión particular. Con los años abandonó su antigua barba y dio a su bigote una forma aún más kaiseriana que, agregado a su gesto erguido, a sus lentes sujetos con cinta — en la intimdad de su casa usaba anteojo —, a su eterna corbata plastrón prendida con singular alfiler, le otorgaba el aspecto exterior de un clásico profesor alemán, cuya seriedad quebraba con estentóreas carcajadas y dichos socarrones.

 

Por motivo de salud y de su avanzada edad, en 1928, tras haber depositado en Berlín los seiscientos cajones de su biblioteca, Ernesto Quesada se asentó con su esposa en una villa que denominó «Villa Olvido» [tal vez como reflejo de su estado de ánimo en ese tiempo], en la ciudad suiza de Spiez, cantón de Berna, en las proximidades del lago Thoune, en las montañas del Oberland bernés. Y allí dedicó sus últimos años a preparar la publicación de los 30 tomos de las memorias de su padre, tarea que no llegó a terminar. Falleció a los 76 años, el 7 de febrero de 1934 [2] y su viuda Leonore pasó en aquella casa los últimos cinco años de su vida.


Formación de las colecciones, biblioteca y archivo

 

Debemos al propio Vicente G. Quesada el detalle de las colecciones que había reunido en el desaparecido petit hôtel de Libertad 948 que incluían una rica biblioteca, expuesto en su testamento ológrafo, que otorgó en Buenos Aires el 5 de febrero de 1912, en el cual dispuso su última voluntad:

 

«Respecto de mis muebles y colecciones artísticas, reunidas durante los veinte años de mi vida diplomática, mi deseo es que mi hijo Ernesto solicite del gobierno argentino la adquisición de esas colecciones, para que sean conservadas en cualquiera de los museos nacionales, en una o varias salas, sin desmembrar ni dividir el todo, y bajo la expresa condición de que lleve el título “Colección Vicente G. Quesada”. Dichas colecciones se componen: Primero: de mi museo de tallas. Segundo: de la serie de tapices. Tercero: de los muebles artísticos.

 

«El museo es formado con objetos de arte, imágenes originales antiquísimas y modernas, clasificadas por siglos por mi amigo el célebre pintor Moreno Carbonero, en Madrid; las tallas son, en su mayoría, españolas, pero las hay italianas, y numerosas y variadas francesas; además de las imágenes, hay numerosos objetos tallados en madera, todos antiguos, columnas, mesas, sillas y muebles, muchos de los cuales han pertenecido a personajes célebres, como adquisiciones hechas en las ventas de los palacios de Medinaceli, de Osuna y otros, en Madrid; una numerosa colección de espejos y cornucopias, algunos tallados al cristal y con marcos de madera tallada.

 

«En cuanto a los tapices, la serie de hermosos tapices flamencos fue adquirida por mí del agente encargado, pertenecientes a la catedral de El Burgo de Osma, a la cual habían sido donados a principios del siglo diez y seis por el emperador Carlos V; de modo que soy yo el tercer propietario de aquéllos, cuya compra efectué por indicación del nuncio apostólico en Madrid, monseñor Di Pietro; los otros tapices son gobelinos antiguos y pocos modernos; éstos y los flamencos forman un total de trece, cuyo valor es hoy muy subido y son muy buscados en Europa. Si nuestro gobierno no quiere adquirirlos todos, los objetos de arte, tapices y muebles, o sólo algunos, es mi voluntad que mi hijo Ernesto los negocie en vida en Europa, por cuanto su conservación representa una verdadera hipoteca para una familia, porque exige una casa entera y continuos cuidados; antes de repartirlos entre mis nietos, con lo que dichas colecciones perderían su valor de conjunto, es preferible se enajenen en el extranjero, si en el país no fuere ello hacedero.

 

«Dejo igualmente a mi hijo Ernesto todos mis papeles y libros inéditos, para que los publique oportunamente, en todo o en parte, según su buen criterio se lo indique: esta es una carga que le impongo, sin plazo, y si sus recursos y su tiempo se lo permiten; también le pido quiera hacer una edición de mis obras completas, incluyendo las ya publicadas en libros y revistas y las inéditas que dejo. Pero, como esa publicación, dada la falta de mercado que para tales libros existe en nuestro país, sólo podría hacerse con la ayuda del tesoro público, lo autorizo y aun le impongo, porque sé que en esto violento sus inclinaciones, que solicite, en recuerdo de mi memoria, del honorable Congreso de la Nación, los fondos necesarios para ello, pues entiendo que mis servicios al país, sobre todo en las cuestiones de límites, por cuyo trabajo no recibí compensación pecuniaria, me dan derecho para pedirlo, tanto más cuanto que el Congreso acostumbra acordar liberalmente recursos para costear numerosas publicaciones, y que a las veces, como en el caso del doctor don Vicente Fidel López, ha votado leyes especiales acordando fuertes sumas para la publicación de sus obras, y en muchos otros casos que sería pesado recordar. Si esto sucediera en mi caso, como un acto de justicia y de equidad, ruego a mi hijo se publiquen mis libros inéditos en esta forma: Primero: Mis memorias diplomáticas. Segundo: Mis memorias políticas. Tercero: Mis obras de historia colonial. Como mis manuscritos requieren inteligente y paciente revisión, ruego y pido a mi hijo se ocupe de ello con el cariño que siempre tuvo por su padre y que destine para ello el tiempo necesario, pues preveo que la publicación durará varios años.

 

«Todos los demás documentos y papeles que no puedan utilizarse, los incorporará a su propia biblioteca, a la cual ya he entregado todos mis libros, y respecto de lo cual sería mi deseo que mi hijo, en vida o por testamento, se desprenda de ella para alguna institución pública, siempre que el gobierno compensara en dinero cuanto padre e hijo han gastado en formar tal colección de libros, manuscritos y papeles históricos, quizá la única hoy en el país en poder de particulares. Por último, debo agregar que, en el cumplimiento de los deseos expuestos, dejo a mi hijo la más absoluta facultad para proceder según su criterio, pues deposito en él mi más plena confianza, habiéndonos siempre entendido en vida, teniendo comunidad de gustos, ideas y aspiraciones, por lo cual le bendigo especialmente, manifestando mi última voluntad, pues ha sido la gran satisfacción de toda mi vida este ardiente cariño que he tenido y tengo por él y que él ha tenido y tiene por mí». [3]

 

Vicente G. Quesada falleció el 13 de octubre de 1913

 

Su hijo Ernesto habitaba con su famila en 1899 en Cerrito 366 y después de la muerte de su padre, en el petit hôtel que este habitaba en Libertad 943 y 948, frente a la Plaza Libertad, a la que sumó su propia biblioteca personal, constantemente actualizada.

 

Un cuadro vívido de las colecciones mencionadas nos brinda en 1913 Juan Bautista Ambrosetti al describir la casa de don Vicente. Además, aporta varias vistas fotográficas que, incluida la última tomada al dueño de casa, permite observar los espejos y cornucopias del siglo XVIII exhibidas en el Comedor; el escritorio de un cardenal romano del siglo XVI en el Salón Rojo, donde también lucía una colgadura de seda tomada en Pekín, cuando la expedición europea de 1900, a raíz del levantamiento bóxer, que le había sido donada por el embajador de Francia, como recuerdo del saqueo de la capital china y del Palacio Imperial. En la Sala Celeste destacaban un gobelino del siglo XVIII, un tapiz flamenco de la serie de los donados a la catedral de Burgo de Osma por Carlos V, adquiridos por don Vicente durante su misión diplomática en España, y un sofá tapizado con un vestido de la reina Isabel II donado a una de sus damas de honor. En la escalera principal lucía un repostero con las armas de la casa de Medinacoeli. En el Salón Grande, un Tabernáculo cuya mesa era de industria portuguesa del siglo XVII, y en una de sus paredes el museo de tallas en madera esculpida y estofada. Finalmente, en el Fumoir, tallas españolas del siglo XVIII. Curiosamente, nada dice Ambrosetti de la Biblioteca. [4]

 

La publicación del testamento en 1914 trajo consigo una oferta de adquisición de la biblioteca por parte de la Universidad de Washington, pero Ernesto Quesada no tenía apuro por deshacerse de su biblioteca, ni tampoco los yanquis le resultaban demasiado simpáticos. Tuvo también ofertas de compra desde Europa, incluyendo, entre otras, la de la Universidad de Hamburgo, por parte del Profesor Dr. Schädel.

 

En 1918, Antonio Pérez-Valiente de Moctezuma visitó el petit hôtel que le pareció chico, atestado, y menciona la Biblioteca Americana de 50.000 volumenes instalada en un salón de 35 m de largo x 10 de ancho, y el archivo en una salita adjunta. [5]

 

Cabe agregar que los volúmenes se agrupaban en secciones temáticas: Hispano América, América del Norte, Argentina y países limítrofes, Ciencias Sociales, Ciencias Político-Económicas y Sociología. Su escritorio de trabajo había pertenecido a Alberdi.


Ernesto Quesada puso su propio ex libris a los volúmenes. Se trata de una estampa del artista Idrus, de 1915, de 70 x 100 mm. Texto en el soporte: «Ex Libris. Ernesto Quesada», en el ex libris el lema Ars et scientia tenent cor meum, el motivo es una figura alegórica femenina junto a una columna, y otra sentada, leyendo en una biblioteca con cuadros, esculturas y un escudo heráldico. [6]

 

Destino de la biblioteca: Berlín

 

El propio Quesada explicó que, para cumplir con la voluntad testamentaria de su padre, de buscar una institución pública como destinatario de la Biblioteca, las negociaciones se llevaron a cabo inicialmente en 1923 con la Universidad de Buenos Aires, durante el rectorado del Dr. José Arce, quien manifestó su intención de adquirir la biblioteca. Pero el gobierno adujo no ser posible. Entonces Quesada consideró a Alemania. Favoreció su propósito el que el Dr. Schädels, de la Universidad de Hamburgo, llegara a Buenos Aires como profesor visitante quien, enterado de una oferta de la Universidad de Washington por la biblioteca, espontáneamente pidió a Quesada que esperara antes de comprometerse hasta que él pudiera hacer la misma oferta para el Instituto Iberoamericano.

 

La propuesta le resultó a Quesada «más simpática que la norteamericana, porque cumplía mis deseos de una conexión espiritual más estrecha entre Argentina y Alemania». Pero los deseos del Prof. Dr. Schädel fracasaron a causa de circunstancias externas y temporales que estaban fuera de su alcance sortear. Cuando Quesada volvía de un viaje a Spitsbergen le llegó, en Bremen, el siguiente telegrama del Prof. Dr. Gast: «Provisto de poder notarial, solicito oportunidad de negociar» fechado el 16 de agosto de 1927, que se había adelantado a una carta fechada el 2 de agosto, que contenía, entre otras cosas, el siguiente pasaje: «Encontré gran interés en el asunto del destino de la biblioteca, por lo que me autorizaron para negociar en nombre del Ministerio». Fue así que Quesada se encontró con el profesor Gast en Lübeck, donde las negociaciones se llevaron a cabo verbalmente en nombre del Ministerio de Arte, Ciencia y Educación Pública de Prusia y concluyeron en unos pocos días. El 29 de agosto de 1927 fueron confirmadas por el titular de dicho Ministerio: «Me gustaría trasladarle mi más sincero agradecimiento por su generosa voluntad de hacer que su biblioteca sea útil para la ciencia alemana. Espero que su realización redunde en una consolidación efectiva de las relaciones entre Argentina y Alemania». Entre otras condiciones se disponía: «La biblioteca se mantendrá y administrará conforme a los principios de la tecnología bibliotecaria y, sin perjuicio de su incorporación a una institución científica, llevará la denominación de Biblioteca Quesada». Prusia aceptó la donación, que fue protocolizada el 29 de agosto de 1927.

 

T. Martens, Agente Marítimo y Despachante de Aduana, el 16 de noviembre de ese año, firmó en Buenos Aires el inventario respectivo para completar el manifiesto de embarque que contenía 616 cajones y paquetes con 81.774 libros, cifra que incluía 3974 piezas del Archivo. [7]

 

El 18 de noviembre de 1927 la prensa germanoparlante aludía al «Magnánimo regalo de un estudioso argentino para Alemania: La biblioteca Quesada va a Berlín» [8]. Quesada daba sus explicaciones en marzo de 1928 [9]. Soiza Reilly visitaba la biblioteca en octubre de 1929 [10] cuando se iniciaría la instalación de la Biblioteca Quesada. [11]

 

Quesada estaba urgido por temor a morir, y que la biblioteca fuera desmembrada y quedara científicamente inutilizada. Creía que con ella se materializaría su idea de una conexión espiritual más estrecha entre Argentina y Alemania. En un texto redacta en la «Villa Olvido» de Spiez, el día de Año Nuevo de 1930, en cuanto al Instituto que se iba a fundar y a sus objetivos expresó sus propias ideas al respecto: «en mi opinión debería centrarse en su calidad de intermediario. Pienso en el instituto como una biblioteca en el sentido más amplio: como material, como medio para la investigación en todos los campos. En mi opinión, esto le daría mayor peso, mayor libertad y un alcance más ilimitado que si fuera visto como un instituto exclusivo de investigación. Esto requeriría un ejército de especialistas o la desafortunada limitación a unas pocas ramas. Por otro lado, en aras de la investigación, puede proporcionar conocimientos, inspiración y material a generaciones ilimitadas de estudiantes, investigadores y especialistas en todos los diferentes campos del amplio campo de las relaciones entre Alemania y América del Sur, con relativamente poco personal y costes. Como ya lo hacía, en menor escala, la biblioteca de mi casa: ya era un material casi inagotable para las generaciones de estudiantes de mi seminario, para los colegas que carecían de material especializado, para los académicos extranjeros que venían allí para tomar notas o para buscar información y conocer todas las áreas posibles de investigación sudamericana».

 

A su entender, «Alemania y América del Sur se pueden moldear, conectar y encender de tal manera que tengan el mayor efecto posible para la ciencia en ambos países con la menor cantidad de dinero y personal. Por lo tanto, no se trata de un mecanismo con tantas plazas por cubrir, como ocurrió en aquel desgraciadamente fallido intento en el seminario de profesores superiores, sino de un organismo vivo que se desarrolla de forma natural, crece como todas las bibliotecas crecen orgánicamente, es decir, según las necesidades, y que tiene la tarea no sólo de proporcionar cada vez más material para la investigación, sino también de convertirse en un centro para todos los contactos, incluidos los personales, entre estos dos mundos intelectuales, el alemán y el latinoamericano. En mi opinión, es menos importante crear muchos puestos que poner a los hombres adecuados en los lugares adecuados. En ninguna parte la personalidad es tan importante como en el trabajo arduo y abnegado al servicio del acercamiento intelectual; en ninguna parte se requiere tanto tacto, conocimiento y visión de conjunto como, por ejemplo, en la selección del personal adecuado, ya sea como profesores de intercambio, o profesores visitantes; profesores para hacer oír la cultura alemana en las zonas latinoamericanas».

 

E insistía en su idea central: «La Biblioteca Quesada pretende ser el núcleo para la fundación de un Instituto Germano-Latinoamericano, es decir, la base de una oficina central para el cultivo de las relaciones intelectuales entre la cultura alemana y latinoamericana en el corazón de Alemania. Toda América Latina -me refiero no sólo a las 16 repúblicas hispanoamericanas entre el Cabo de Hornos y el Río Grande, sino también a las luso-americanas de Brasil y las repúblicas insulares-, en una palabra: todos los países no anglosajones de América cubren un área enorme que en el siglo XX formará el mercado económico más grande del mundo. Aquí están madurando no uno, sino toda una serie de países con oportunidades ilimitadas. Para Alemania en particular, en mi opinión, este mundo que apenas comienza a desarrollarse es quizás uno de los factores más importantes para revitalizar su futuro, ya sea en términos de ventas o de materias primas. La Alemania de antes de la guerra ya había comprendido plenamente la importancia económica de América Latina y trabajó en esta área con gran éxito. Lo que no se entendió igualmente en ese momento fue que los pueblos no sólo tienen intereses y oportunidades económicas, sino también almas e inteligencias, y que tal vez las naciones jóvenes y emergentes sean particularmente sensibles a que sus esfuerzos y ambiciones culturales sean ignorados o anulados. El impacto psicológico de este malentendido se hizo evidente al estallar la guerra de una manera tan catastrófica para Alemania, que no es necesario entrar aquí en ello. También estaba el hecho de que todo el servicio de inteligencia más importante en prácticamente todos los países sudamericanos procedía de fuentes no alemanas mucho antes de la guerra. Sin un contacto espiritual más profundo, todos los hilos que unían los dos mundos se rompieron con el cable y las relaciones económicas». Y, finalmente, expresaba su anhelo: «Establecer una gran biblioteca sudamericana en Berlín brinda a los investigadores y estudiantes alemanes la oportunidad de familiarizarse con todas las carreras latinoamericanas en el mundo intelectual y la historia. Por otro lado, para los estudiantes latinoamericanos significa un pedazo de tierra en el corazón de Alemania, es decir, de Europa» [12].


En el Instituto Iberoamericano

 

Los casi 82.000 volúmenes de la Biblioteca Quesada almacenada en 600 cajones esperaron desde 1927 en los sótanos de la Biblioteca Estatal de Prusia. Se contemplaba que habría de instalarse en alguna sala del otrora Palacio Imperial del último Deutscher Kaiser y Rey de Prusia, Guillermo II [que llevaba ya más de una década exiliado por los Países Bajos]. Se trataba del palacio neobarroco construido de 1896 a 1901 como Königlicher Marstall, caballerizas reales de la corte prusiana hasta 1918, con salones de lectura, de fiestas, de exposiciones, su redacción y la revista correspondiente, todo esto dirigido por un personal numeroso.


El 12 de octubre de 1929, Día de la Raza, en recuerdo del «inicio de la conexión entre el nuevo y el viejo mundo» con la llegada de Colón a América, celebrado anualmente en Berlín, fue fundado el Instituto Iberoamericano de Berlin. La ceremonia de la inauguración formal de la institución ya operativa fue el Día de la Raza del año siguiente, 12 de octubre de 1930. El antiguo Ministro de Cultura prusiano Otto Boelitz fue nombrado director. Formaban la base del nuevo Instituto además de los 80.000 volúmenes donados al Estado prusiano por Quesada, la biblioteca sobre Méjico de 25.000 volúmenes que Hermann Hagen había reunido con el apoyo del presidente mexicano Plutarco Elías Calles, y otras colecciones, como los fondos que Otto Quelle,  geógrafo de Bonn, había reunido con la ayuda del cónsul brasileño Otto Mattheis, y que hasta entonces se conservaban en el recientemente disuelto Ibero-Amerikanisches Institut der Universität von Bonn (Instituto Iberoamericano de la Universidad de Bonn).

 

Un argentino la visitó en junio de 1932, el Dr. Iso Brante Schweide, exalumno de Quesada que se desempeñaba  en Alemania en calidad de comisionado del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Buenos Aires para explorar los repositorios europeos con el fin de elaborar colecciones documentales que sirvieran para defender el patrimonio territorial de la Nación, y a la vez reconstruir su pasado, y que además enseñaba en la Universidad de Berlín en tres cursos distintos  historia política, literaria y económica de América Latina. [13]


Sala de lectura en el edificio del Instituto de Berlín-Lankwitz. Fotografía: Gentileza Ibero-Amerikanisches Institut.


En 1941, el Instituto tuvo que desalojar su sede, en favor de la Oficina de Política Colonial del NSDAP, y se trasladó a la algo apartada pero elegante Villa Siemens de Berlín-Lankwitz, en el sureño distrito de Lichterfelde, al sur de la capital alemana, con una superficie habitable de 3.700 metros cuadrados. Era un palacio construido por el empresario Friedrich Christian Correns, cuya viuda lo vendió al empresario Werner Ferdinand von Siemens, quien lo ocupó en los años 20 y 30 del siglo XX. Con 80 habitaciones, una sala de conciertos para 400 personas y garaje para 30 limusinas, así como con un enorme parque de 27.000 metros cuadrados y unos sótanos-bodega de 1.000 metros cuadrados. Dicho palacio albergó entre 1941 y 1976 al Instituto Iberoamericano.


El Instituto Ibero-Americano recuperó su antiguo nombre en 1962, cuando se incorporó a la Stiftung Preußischer Kulturbesitz [SPK], Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano. Ésta se creó con el objetivo de «preservar, mantener y complementar» los bienes culturales prusianos que le habían sido transferidos y «garantizar la utilización de estos bienes culturales para los intereses del público en general en materia de ciencia y educación y para el intercambio cultural entre los pueblos». Bajo la dirección de Wilhelm Stegmann, el IAI se trasladó a su sede actual en la Potsdamer Straße a principios de 1977. La mudanza desde la Villa Siemens, que entretanto se había quedado pequeña, al edificio construido al sur de la Staatsbibliothek zu Berlin (Biblioteca Estatal), según los planos de Hans Scharoun, duró unos seis meses. 


Legado individual bibliográfico

 

Rodeado en su «Villa Olvido» de las viejas tallas y tapizadas las paredes con los gobelinos que habían dado tono a su casa de la calle Libertad, Ernesto Quesada pasó sus últimos años dedicándose al cultivo de las flores y a la preparación de las Memorias de su padre. La muerte lo sorprendió así en su retiro, a la edad de 76 años, el 7 de febrero de 1934, después de haber consagrado su vida al estudio.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial los ataques aéreos motivaron que el Instituto Iberoamericano perdiera unos 40.000 volúmenes. El material que había permanecido en el Marstall, así como otras colecciones que habían sido trasladadas fuera, desaparecieron. El material del Archivo Quesada que hacia fines de la guerra fue depositado en la hacienda Hohenlandinm cerca de Angermünde, también fue presa de la destrucción.

 

Los documentos llevados por Quesada a Suiza en 1929, después de su muerte fueron entregados por su viuda al Instituto.

 

No debe llamar la atención que el conjunto bibligráfico donado por Quesada no conserve su identidad como un fondo independiente, o en salas especiales destinadas a el, y que ese material haya sido dispersado en el caudal bibliográfico general de la Biblioteca del Instituto, porque así también sucedió con los fondos de Pedro de Ángelis en la Biblioteca de Rio de Janeiro y los de la biblioteca del general Agustín P. Justo en la Nacional de Lima, pero es posible distinguirlos porque llevan adherido su ex libris. De la colección de tapices y tallas sería interesante investigar su destino.

 

El legado de los Quesada, padre e hijo, se mantiene abierto a los investigadores, en una institución que es modelo en su género, y a un lustro de cumplirse el centenario de su inauguración.

 

Notas:

[1] Juan Canter, «Bio-bibliografía de Ernesto Quesada», en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Vol. XX, Buenos Aires, 1936, n° 67-68.

 

[2] «Doctor Ernesto Quesada, falleció en Spiez», noticia biográfica, La Nación núm. 22.448 [primera sección], Buenos Aires, 08/02/1934, p. 7, col. 2; y en La Prensa núm. 23.355 [primera sección], Buenos Aires, 08/02/1934, p. 10, col. 5.

 

3] Testamento del doctor Vicente G. Quesada, en C[arlos] O[ctavio] Bunge, Vicente G. Quesada, breve estudio biográfico y crítico, Buenos Aires, Impr. de Coni Hermanos, 1914, Apéndice, p. 23-26.

 

[4] Juan Bautista Ambrosetti, «Una notable colección de obras de arte», en Fray Mocho, año 2, núm. 75, Buenos Aires, 03/10/1913.

 

[5] [José Pérez Valiente de Moctezuma], «Colecciones artísticas del Dr. Ernesto Quesada», en Plus Ultra, núm. 23, Buenos Aires, marzo de 1918, ilustrado con 12 vistas de los interiores petit hôtel de Libertad 948.


[6] Narciso Binayán publicó el ex libris de Quesada en Anales Gráficos, Órgano del Instituto Argentino de Artes Gráficas, año IX, núm. 4, Buenos Aires, abril de 1918, p. 3-4.


[7] «Lista de cajones con libros [y paquetes]», Buenos Aires, 16/11/1927, en Günter Vollmer, Nachlaß Quesada. Manuskripte, Briefe, Dokumente und andere Materiales von Vicente und Ernesto Quesada. Gesichtet und geordnet von […], Berlin, 2002, p. 65-68.


[8] «Hochherziges Geschenk eines argentinischen Gelehrten für Deutschland: Die Quesada-Bibliothek geht nach Berlin», en Deutsche La Plata-Zeitung, Buenos Aires, 18/11/1927.


[9] «La biblioteca del Dr. Ernesto Quesada, éste explica por qué la donó al estado prusiano», La Nación núm. 20.301 (primera sección), Buenos Aires, 12/03/1928, p., 5, col. 2.


[10] Juan José de Soiza-Reilly, «Europa vista con ojos argentinos. El alma nueva de la vieja Alemania. La Biblioteca del Doctor Quesada», en Caras y Caretas, año XXXII, núm. 1620, Buenos Aires, 19/10/1929, pp. [9-10].


[11] «En noviembre se iniciará en Berlín la instalación de la Biblioteca Quesada», noticia telegráfica, La Nación, núm. 20.888 (primera sección), Buenos Aires, 23/10/1929, p. 5, col. 3 y 4.


[12] Ernesto Quesada, «Die Quesada-Bibliothek unt das Lateinamerika-Institut», en Ibero-Amerikanisches Archiv, vol. VI, núm. 1, Berlin, Labril de 1930, pp. 11-18.


[13] [Iso Brante Schweide], «Aconcagua en Alemania. El Instituto Iberoamericano de Berlin basado sobre la Biblioteca Quesada. La Sala de Lectura. Las relaciones culturales germano-latinoamericana», en Aconcagua. Revista mensual ilustrada, Año III, vol. a 9, núm. 29, Buenos Aires, junio de 1932, p. 77 a 79.  Del mismo autor, “Das Quesada-Archiv,” en Ibero-Amerikanisches Archiv, núm. 7 (1933-34), pp. 201-206.


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