El pasado 26 de marzo falleció el escultor estadounidense Richard Serra, a los 85 años de edad en su casa de Long Island, un tranquilo barrio neoyorquino. Rememoramos su vida y su obra, una de las más singulares, revolucionarias y destacables de la escultura de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI. Serra es y será siempre recordado como el autor de inmensas obras en las que el espectador se sumerge; esculturas que funden tiempo, espacio y metal.
Hijo de un mallorquín y de una rusa de Odessa, había nacido en 1938 en San Francisco, USA. Su aproximación a la fragua y los metales fue muy temprana, su padre trabajó en los astilleros de la ciudad. Sin embargo la primera carrera de grado fue de Literatura en la Universidad de California, en Berkeley y Santa Bárbara (entre 1957-1961). La necesidad lo hizo volver a aquella pasión infantil, y para solventar sus gastos de juventud en la costa oeste, encontró trabajo en una acería. Aquel nuevo contacto con el metal lo motivó a comenzar a estudiar Arte en la Universidad Yale (1961- 1964). Entre ambas instituciones evolucionó con magníficos maestros, luminarias de la cultura norteamericana: los escritores Christopher Isherwood y Aldous Huxley, la antropóloga Margaret Mead, el pintor Philip Guston y el compositor Morton Feldman. Transitó la pintura, pero la abandonó tras visitar el estudio de Constantin Brancusi durante su estancia de formación en Europa, y finalmente cuando vio por primera vez Las meninas de Velázquez, declaró en 2002 a la revista The New Yorker: «Pensé que no había posibilidad siquiera de acercarme a todo eso: el espectador en relación con el espacio, el pintor incluido en el cuadro, la maestría con la que podía pasar de lo abstracto a una figura o a un perro. [Velázquez] Me persuadió [de dejarlo]. Cézanne no me había frenado, De Kooning y Pollock tampoco, pero Velázquez parecía algo mucho más grande de gestionar».
Su nombre comienza a resonar en la década del 60. En 1968 compartió la mítica exposición en la galería de Leo Castelli donde arrojó plomo derretido contra una pared y el suelo para que el metal se estrellara antes de solidificarse.
Años más tarde, en 1981, instaló el Tilted Arc (Arco inclinado) en una Plaza Federal de Nueva York, frente a un edificio público, la Administración de Servicios Generales. Se trata de la primera de sus piezas en el estilo que lo caracteriza, una obra de ambición monumental, pública, el inmenso minimalismo de un muro de acero curvado suavemente de 3,5 metros de altura y 36 de longitud. La obra desató controversia por la interrupción del paso que provocaba, especialmente a los empleados del edificio. Una audiencia pública en 1985 votó a favor de que el trabajo fuera cambiado a otro lugar, pero Serra alegó durante aquella audiencia que la escultura estaba en su sitio específico y se creó para ese sitio. "Quitar el trabajo sería destruirlo", dijo. Finalmente, en 1989 la escultura fue cortada en tres fragmentos y guardada en un depósito. Sin embargo, para Serra, al ser desplazada de aquel sitio, la obra ya estaba muerta. Su autor también señaló que, al ignorar su argumento y considerarla cual un mueble, la Administración de Servicios Generales había hecho de la obra "exactamente lo que no debía ser: un producto móvil y comercializable".
El retiro de Tilted Arc, el 15 de marzo de 1989. Fotografía: Jennifer Kotter.
A partir de entonces, espacios públicos de todo el mundo lucen sus monumentales planchas curvas de acero oxidado. Por mencionar algunas, Fulcrum, de 1987, de 16,8 metros y realizada con cinco placas de acero Corten, encargada para la entrada oeste de la estación de Liverpool Street en el complejo Broadgate, o Berlín Curves, de 1986, instalado en la calle Tiergarten de Berlín, como monumento en memoria de las víctimas de la eutanasia.
Berlín Curves, de 1986, instalado en la calle Tiergarten de Berlín.
Finalmente llegará su obra consagratoria en el Museo Guggenheim de Bilbao con la instalación en el edificio diseñado por Frank. O Ghery de la serie de siete esculturas titulada La materia del tiempo. Allí el público recorre el conjunto en la Sala del Pez -130 metros de largo y 30 de ancho: 3.000 metros cuadrados de superficie-, sus piezas viven de otro modo, con la gente al lado y dentro; reinventó la experiencia de ver arte. Hasta entonces, el arte en los museos se miraba a distancia. A la distancia marcada por el perímetro de seguridad. No se rozaban, no se tocaban, no se habitaban.
Richard Serra rompe no sólo la escala, la lógica y la perspectiva, también hace saltar por los aires la relación espectador/escultura. Él mismo lo dijo: "Considero que el espacio es un material. Todo lo que he hecho ha sido trazar caminos, andar y experimentar el tiempo. Y hacer de ese gesto una poética del lugar que tiene sentido cuando alguien se instala entre las obras convirtiendo la experiencia en la obra misma”.
La materia del Tiempo, estructura compuesta de siete esculturas en acero, instaladas en el Museo Guggenheim de Bilbao en 2005.
Transitar por su interior provoca una sensación muy especial, única. Fotografía: Hilario.