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El Louvre tiene finalmente un nombre de mujer.

Laurence des Cars, designada directora del Louvre parisino.



Lía Correa Morales en el Museo Casa Yrurtia.



Rose Valland.



Rose Valland en la ficción: The Train, 1964.



Entrada de Le modèle noir de Géricault à Matisse, muestra organizada por el Musée d'Orsay.



GEORGINA G. GLUZMAN (Buenos Aires, 1984)

Argentina, doctora en Historia y Teoría de las Artes por la Universidad de Buenos Aires, donde también realizó sus estudios de grado. Ha recibido becas de la Getty Foundation y el Institut National d’Histoire de l’Art. Actualmente es investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y se desempeña como secretaria académica del Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural (Universidad Nacional de San Martín). Es autora de Trazos invisibles. Mujeres artistas en Buenos Aires (1890-1923) (Biblos, 2016). Integra la Comisión Directiva del Centro Argentino de Investigadores de Arte. El Museo Nacional de Bellas Artes exhibe la muestra El canon accidental. Mujeres artistas en Argentina (1890- 1950), cuya Curadora es Georgina G. Gluzman.


Por Georgina G. Gluzman

La noticia de la designación de la historiadora del arte francesa Laurence des Cars (1966) para la dirección del que tal vez ostente el título del más icónico de los museos europeos se difundió con la velocidad de un rayo por las redes sociales. Pronto, muchas personas se hallaban celebrando una victoria “sin dudas” feminista: finalmente el Louvre, establecido en 1793 como Museo Central de las Artes Republicanas, deja de lado su centenaria tradición de varones en puestos jerárquicos.

El nombramiento de Laurence des Cars se da en un contexto particularmente complejo, atravesado tanto por las demandas del feminismo como por el debate en torno a la descolonización de los museos. Lo que para muchas voces es un hecho decididamente feminista, para otros sectores solamente anuncia un cambio superficial. Veamos de cerca estas dos posiciones, hagamos un poco de historia y dejemos abierto el debate.

Ya desde los primeros años de la década de 1970, en el momento histórico del feminismo que llamamos segunda ola, las mujeres del campo del arte denunciaron el sexismo imperante en todas las áreas de ese mundo. El feminismo reclamó la inclusión de mujeres artistas en la agenda de investigación, la paridad en el acceso a premios y el ascenso de las profesionales del campo del arte a puestos de autoridad. En los últimos años, asistimos a un interés creciente por las mujeres como artistas a nivel global. Pero, se ha otorgado poca atención a las contribuciones pasadas y actuales de las investigadoras y educadoras en el campo de la historia del arte, y el sistema de toma de decisión ha quedado en manos masculinas. 

¿Qué mecanismos de discriminación han actuado y continúan actuando para evitar que las historiadoras de arte accedan a lugares de visibilidad? El concepto de “techo de cristal”, ese conjunto de barreras invisibles que dificulta la consagración femenina en cualquier ámbito se vincula con prejuicios en torno a las capacidades femeninas, con la doble jornada de muchas mujeres (sobre quienes recae la mayor parte de las tareas domésticas y de las tareas de cuidado) y con la falta de políticas claras para asegurar una representación igualitaria en los lugares de toma de poder. Mientras que la vastísima mayoría de los estudiantes de historia del arte son mujeres, a medida que vamos ascendiendo a cargos importantes, las mujeres tienden a ser cada vez más escasas: en efecto, son pocas las instituciones artísticas encabezadas por mujeres.

En nuestro país, la figura señera de la artista Lía Correa Morales (1893-1975) marcó el ingreso de las mujeres al ámbito de la dirección de un museo de bellas artes bajo la órbita del Estado nacional: el Museo Casa de Yrurtia, en la década de 1950. En la década de 1970, Noemí Lozada alcanzaba el puesto máximo en el Museo Histórico Nacional de la Casa del Virrey Liniers, en Córdoba. Hay más ejemplos, claro, pero no dejan de ser excepcionales.

El esquivo reconocimiento de la sostenida actividad de las mujeres en el campo cultural no es propiedad de nuestra historia: es un hecho que se constata a cada paso, en el camino de la revisión histórica. Sin alejarnos del caso francés, la figura de la extraordinaria Rose Valland (1898-1980) resulta paradigmática. Valland registró minuciosamente el expolio de bienes culturales de familias judías que la ocupación alemana llevó a cabo. Responsable de las colecciones del Jeu de Paume en Paris, Valland se hallaba en el centro de las operaciones de robo de obras: el museo se había convertido en un depósito de obras que luego eran llevadas a otros lugares. Gracias a su acción en la Resistencia, los aliados no bombardearon los destinos que Valland había logrado identificar. Aunque ocupó cargos importantes y recibió distinciones, Valland jamás pudo soñar con dirigir un museo y su legado se desdibujó. Su libro autobiográfico Le Front de l’art. Défense des collections françaises (1939-1945) sirvió de base para el clásico hollywoodense The Train (1964), donde la auténtica heroína aparece solamente algunos minutos. 

Frente a una historia de silencios y olvidos, la designación de Laurence des Cars parece anunciar un cambio de dirección. Pero, este viraje ocurre precisamente en un momento en que los museos de ambición universal y con colecciones formadas al calor del colonialismo están en el banquillo de los acusados. ¿Cómo descolonizar este espacio, sostenido por la apropiación cultural de objetos en el contexto imperialista? ¿Cómo dar voz a los grupos tradicionalmente excluidos de la institución? ¿Cómo asegurar que el equipo de profesionales del museo sea realmente diverso?

La creadora del influyente podcast Vénus s'épilait-elle la chatte ?, la historiadora francesa del arte Julie Beauzac, escribió en su cuenta de Instagram: “No tengo mucho para decir sobre este tema. Creo que estoy un poco cansada de hallar que todo es fantástico desde que hay ‘una mujer’. Es una mujer blanca y burguesa, algo que no cuestiona realmente mucho”. Y, sin embargo, la propia Beauzac reflexionaba que cualquier funcionario es mejor que el cuestionado Jean-Luc Martinez, director saliente del Louvre y defensor de la noción de “intercambios culturales” como medio de ingreso de obras de culturas distantes a lo largo de siglos de imperialismo.

El debate está abierto. ¿En qué altera el statu quo la designación de una mujer? En el caso de una profesional como Laurence des Cars, responsable de haber convocado a la historiadora afroestadounidense Denise Murrell para la realización de la muestra Le modèle noir de Géricault à Matisse en el Musée d’Orsay, los cambios podrían ser de enorme importancia.

Georgina G. Gluzman



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