LA PASIÓN DEL COLECCIONISTA. UN PASEO POR LA HISTORIA DEL ARTE A TRAVÉS DE LOS OJOS DE QUIENES LO ATESORAN.

Pablo Picasso (1881 – 1973): Le rêve. Picasso lo pintó en 1932 y en 1941 fue adquirida por Sally y Víctor Ganz por 7000 dólares. Maravillosa su intuición; no siendo ricos formaron una colección vendida por la casa Christie´s en 1997 en una fortuna.

Honoré Daumier (1808 – 1879): El coleccionista de estampas. (Petit Paláis. Museo de Bellas Artes de París). El coleccionista se ufana buscando la estampa deseada en una carpeta. Sobre las paredes se exhiben otras obras enmarcadas.

Diana sorprendida, óleo de Jules Joseph Lefebvre, 1879, actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes. Formó parte de la colección Guerrico.

Remedio Varo: Armonía (Autorretrato sugerente), 1965. Colección Eduardo F. Costantini.

Ana Martínez Quijano

 

Es periodista, crítica de arte, investigadora y curadora independiente. Editó el suplemento Ámbito de las Artes del diario Ámbito Financiero, donde desde hace treinta años escribe una columna semanal. Entre otros libros, publicó Siqueiros: muralismo, cine y revolución (Ediciones Larivière); Registros contemporáneos: notas publicadas 2013-2003 (Editorial AsGa) y Fioravanti. Clasicismo y Modernidad (Ediciones Casa Museo Magda Frank).

 

Ha sido profesora invitada de la Maestría de Arte de la Universidad Nacional de Misiones y en la Maestría de Cultura Argentina del Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP). Fue titular de la cátedra Arte y Medios de la Universidad del Salvador. Coordinó junto con Edward Sullivan, de la Universidad de Nueva York, el seminario de posgrado sobre Arte Latinoamericano organizado por la Escuela de Administración Cultural (EDAC).

 

Fue curadora, entre otras exhibiciones, de la muestra antológica Norah Borges, casi un siglo de pintura (Centro Cultural Borges, 1996), Borges y las Artes (Museo Nacional de Bellas Artes);  curadora adjunta de Políticas de la diferencia (Malba y otros museos de Latinoamérica);  Proyecto RED, Proyecto Educativo Alto Paraná, Arte pop, a la argentina y Homenajes (arteBA); fue curadora adjunta de la Bienal del Fin del Mundo de 2011; Art & Swap, exposición de Arte e Intercambio para el Gobierno Belga; Borges y el arte y La carne de los héroes (CCK). 


Por Ana Martínez Quijano


Si miramos el arte a través de los ojos de los coleccionistas que han dedicado su vida a reunir un conjunto de obras significativas, como el emperador Adriano, los Medici o Catalina de Rusia; si luego pegamos un salto en la historia para conocer los afanes de los Guggenheim, los Rockefeller, Gertrude Stein, Paul Mellon o los Ganz, y llegamos a  ver las obras del publicista británico Charles Saatchi, un magnate de la publicidad devenido marchand que puso a los jóvenes británicos que promociona en el candelero y  escandalizó al mundo con sus muestras sensacionalistas, descubriremos un mundo apasionante que no siempre resulta accesible al gran público.   



Fedor Rokotov (1735 – 1808): Catalina II. Retrato de Catalina la Grande (1729 – 1796), emperatriz de Rusia desde 1762 hasta su muerte. Con la colección de su esposo Pedro I el Grande y la suya, fue la creadora del Museo Hermitage, de San Petersburgo, uno de los más bellos del mundo.

 

La figura del coleccionista, en ocasiones visionaria, suscita un interés que se acrecienta a través del tiempo, en la misma medida que aumenta el aprecio por las colecciones que cada vez más son motivo de orgullo personal y también social.  


El arte es lo que verdaderamente importa, lo perdurable y lo que está en primer lugar, sin embargo, los coleccionistas ocupan un papel protagónico. Hay coleccionistas que se destacan por su intuición y otros por sus experiencias extraordinarias; están quienes pasaron a la historia por la inteligencia de sus planteos o las tesis que sustentan sus conjuntos, por la radicalidad extrema de sus elecciones, o por la fervorosa atención que les dedican a sus posesiones y a los artistas en los que creen y depositan su fe.    


En definitiva, en sus más diversas encarnaciones, los coleccionistas marcaron puntos de inflexión, contribuyeron a cambiar el modo de apreciar el arte, de verlo, de mostrarlo y de cotizarlo, y algunos hasta supieron tejer la trama que lleva a un artista a la gloria.


Detrás de cada gran colección se esconde una historia personal, y en la actualidad -acaso sin saberlo- algunos diseñan las bases del coleccionismo del futuro.


Pero ¿quiénes son esos personajes y cuál es el deseo que los guía?   


Desde los principios del coleccionismo, cuestiones como el gusto, la audacia, el afán por rodearse de cosas bellas, la pasión o los conocimientos, comenzaron a marcar diferencias. Balzac aseguraba que los coleccionistas son los seres más apasionados que hay en la tierra, pero un recorrido por las colecciones internacionales y también las argentinas, nos revela que el arte se atesora por motivos muy diversos.


Desde el puro placer estético hasta la inversión, muchas son las variantes. El abanico es inagotable: va desde el coleccionista silencioso, hasta el que se comporta como una estrella del espectáculo; desde el que delega la selección de sus compras en un curador, hasta el que impone su gusto personal; desde el que disfruta al mostrar y compartir sus tesoros artísticos, hasta el avaro, que guarda todo para sí, y desde el que se enamora irresistiblemente de una obra y pone todo su empeño en poseerla, hasta el que sólo persigue el ascenso social o el rédito económico.


Cada colección es una entidad en sí misma, con significados que se pueden descubrir y analizar. Se debe tener en cuenta que el coleccionista suele ser un activo agente cultural, capaz de preservar obras que en ocasiones (como sucedió con muchas de las que se exhibieron en el Instituto Di Tella), terminaron destruyéndose porque los artistas no tenían dónde guardarlas, o porque a las instituciones no les interesó preservarlas.


Hasta hace muy poco tiempo los críticos nos ocupábamos del arte y de los artistas, y en un lugar distante estaban los coleccionistas. Ahora, estos personajes, cuyo poder va en aumento, ocupan un espacio crucial en el sistema del arte, porque defienden a capa y espada los artistas que coleccionan, se ocupan de que los museos legitimen el valor de sus obras, apoyan sus exhibiciones y la edición de libros y catálogos.


Un paseo por la historia del coleccionismo nos llevará a Roma, París, Nueva York, Londres, Houston, Río de Janeiro, San Pablo, Basilea, Buenos Aires, Shanghai, Rosario y Córdoba, entre otras ciudades del mundo.


¿Cómo se inicia una colección? ¿Es una actividad sólo para ricos? ¿Qué características tornan a las colecciones tan diferentes unas de otras? ¿Qué apuestas habitan en cada una de ellas? ¿Cómo influyen en nuestro modo de apreciar el arte? ¿Es verdad que el arte abre todas las puertas? Preguntas y más preguntas que merecen numerosas reflexiones y respuestas, aunque deberíamos pensar primero si el contacto con el arte, además de darle un brillo especial a la vida de la gente, favorece nuevas formas de convivencia humana, al revelar la existencia abrumadoramente amplia de otros mundos y otros reinos, de situaciones y momentos muy distintos de los que ya conocemos, que están para ser descubiertos.


Nunca como en la actualidad, el arte ha irradiado tanta energía positiva. Quienes pongan esta condición en duda, pueden observar la expansión del mundo del arte en los museos, galerías, ferias y bienales colmadas de coleccionistas que se multiplican. 


La convicción de que los artistas son capaces de producir obras visionarias, obras que modifican el modo de percibirse a sí mismo y de percibir el mundo, es un concepto que muchos comparten. La certeza de que el arte tiene mucho por decir se acerca a la posición que adopta Arthur Danto, cuando cita a Brenson, un crítico de arte del “New York Times”, quien observa: “Una gran pintura (desde luego, el término puede y debe entenderse de un modo amplio, aplicable a otros géneros) es una extraordinaria concentración y orquestación de impulsos e informaciones artísticas, filosóficas, religiosas, psicológicas, sociales y políticas. Cuando más grande el artista, más convierte cada color, línea y gesto en una corriente y en un río de pensamiento y sentimiento. Las grandes pinturas condensan momentos, reconcilian polaridades, sostienen la fe en el inagotable potenciar del acto creativo. Como resultado se vuelven emblemas, inevitablemente, de la posibilidad y del poder. […] El espíritu está encarnado en la materia […] No solo hace que parezca existir un mundo espiritual invisible, sino que parezca accesible, dentro del alcance de cualquiera que pueda reconocer a la vida del espíritu en la materia. La pintura apunta hacia la promesa de la curación”.


Vale la pena recordar que, si bien durante siglos el monopolio de la distinción que otorga el buen gusto y, la posibilidad de ver el mundo y la humanidad con la mirada educada por el arte, fueron bienes reservados para unos pocos, en la actualidad, como bien lo expresa Arthur Danto, el arte se ha convertido en el objeto de deseo de “las multitudes sedientas”, que van en busca de lo inefable. 


El Malba cumple 20 años y Costantini lo celebra con un nuevo gesto   



Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), reservorio de la colección Costantini. Foto del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



El coleccionismo argentino tiene una larga y noble tradición. Desde fines del siglo XIX, además de reunir obras estupendas, coleccionistas como los Guerrico demostraron su afán educativo y el deseo de compartir sus tesoros artísticos con la sociedad criolla. Este espíritu, lejos de perderse, perdura.  Se acrecentó en ese entonces con la participación y el estímulo de los críticos y la prensa, que difundían la presencia de las colecciones en galerías e instituciones.  El arte reunido por Aristóbulo del Valle, Rafael Crespo, Ignacio Acquarone, Adela Napp de Lumb, Victoria Aguirre, Antonio y Mercedes Santamarina, Francisco Llobet, Domingo Minetti, Luis Arena, Ignacio Pirovano, Augusto Palanza y Otto Bemberg; los hermanos González Garaño, los Hirsch, Bonifacio del Carril, María Luisa Bemberg, entre otros, contribuyó a forjar el gusto argentino y, en ocasiones, el patrimonio de nuestros museos.


Entretanto, y si bien en la década del 50 la colección de Torcuato Di Tella adquirió visibilidad, el afán social por compartir emociones estéticas se fue apagando. La ostentación de riqueza se consideraba un pecado.


Recién en la década del 90 surgió un público más receptivo y también un coleccionismo interesado como nunca en el arte. El crecimiento superlativo de las actividades artísticas y el auge de los museos fue un hecho sintomático de la comunicación cada vez más estrecha que se estableció entre los coleccionistas, los artistas, los críticos y el público.  


Eduardo Costantini arribó al coleccionismo imponiendo un nuevo estilo de alta visibilidad, más cercano al de los estadounidenses que al perfil argentino. En las décadas del 70 y 80, casi hasta promediar los años 90, la tendencia generalizada en nuestro país fue ocultar el arte que se atesoraba. Entre los coleccionistas más importantes del mundo, incluso de pintura impresionista que es la más cotizada, figuran varios argentinos. Pero la moderación de Nelly Blaquier o Jorge Helft predominó en la Argentina. Hasta que llegó Costantini y se convirtió en un suceso. Sus compras en los remates a cara descubierta y la decisión de pagar precios récords por el arte que tenía en la mira, consolidaron su fama en el ambiente artístico y su nombre trascendió la frontera.


Con su visión socioeconómica, Costantini veía a Latinoamérica en la década del 90 como una región emergente, y de este modo se interesó por su arte. Así cambió el enfoque de nuestra cultura mayormente dependiente, amante del arte europeo, para valorar lo propio.


Cuando la colección superó el centenar de obras y las instituciones internacionales comenzaron a reclamarla para exhibirla, la idea de fundar un museo surgió naturalmente. Y en un principio, cuando el edificio estaba en obra, a los porteños les costaba entender la colección: ¿Quién es Di Cavalcanti? ¿Quién es Covarrubias o Agustín Lazo? La empalizada del museo amaneció un día con gigantescas reproducciones de los cuadros de Antonio Berni, Frida Kahlo y Pettoruti. ¿Quién es Costantini? Pronto, el atractivo de las pinturas de Frida Kahlo, Diego Rivera, Tarsila do Amaral, Portinari, Xul Solar, Berni y otras estrellas del arte latinoamericano, conquistaron a un público que no demoró en llegar para quedarse.  


Hoy, pasados más de veinte años, el coleccionista demuestra que supo mantener sus ideas y su palabra. Para comenzar, al poner un límite al derecho de la propiedad privada del arte: "El dueño de una obra de arte no es más que un depositario transitorio de un bien que, en suma, tiene valor público y que tarde o temprano pasa a formar parte del patrimonio de los museos, o sea, del público". El gesto resultó inspirador para Amalia Fortabat, que, sin perder tiempo, compró un terreno en Puerto Madero y comenzó a construir su propio museo.



Museo Fortabat – Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat. Buenos Aires. Obra del arquitecto Rafael Viñoly, fue inaugurado en 2008. Reúne en sus salas la colección formada por la inolvidable Amalita. Entre otras joyas, posee obras de Turner, Marc Chagall y hasta un retrato de la empresaria argentina, realizado por Andy Warhol en 1982. La pintura argentina reúne sus firmas más reconocidas, como Fernando Fader, Lino E. Spilimbergo, Xul Solar, Antonio Berni, Emilio Pettoruti y tantos otros. Foto de Nicolasrnphoto.



Costantini había roto el hielo, y su ejemplo estimuló la participación social. A través de estos años fue concretando su plan. Corrió su fundación del marco familiar a otro más abierto, con impacto público. Así donó el Museo cuyo valor se estima en 300 millones de dólares. La determinación de ceder el Malba a la sociedad, formulada antes de su inauguración y reiterada en estos años, sorprendió a todos. ¿Quién podía imaginar, en un país donde las palabras se tambalean y la gente se aferra a lo que tiene, que Costantini terminaría por ceder no sólo la titularidad del bien más preciado que logró crear, sino también el dominio? 


Para comprender la magnitud de la palabra “donación”, hay que recordar los nombres de unos pocos coleccionistas mencionados al comenzar este texto. Ellos pasaron a la historia.


Una nueva muestra de la separación que estableció Costantini entre su patrimonio y el del Malba, se puede advertir en la última compra en Sotheby’s, donde, fiel a su viejo estilo y al arte latinoamericano, compró un conjunto de obras por las que pagó 25 millones de dólares. Pero su destino es la colección Costantini.


Gran parte de estas 21 obras que, desde luego, se expondrán en el Malba, permanecían en manos privadas y no se exhiben desde hace 30 años. Entre ellas, las pinturas de Wifredo Lam y Remedios Varo, alcanzaron precios récords. La poeta y pintora surrealista Alice Rahon, Vicente do Rego Monteiro, Victor Brecheret, el cubano Mario Carreño y los argentinos Aída Carballo y Facundo de Zuviría, integran este conjunto. “Es muy difícil que aparezcan en el mercado este tipo de obras superlativas y cuando lo hacen, intento comprarlas porque pueden pasar cincuenta años hasta volver a verlas”, observó el coleccionista. 


Nota:

1. Lectora de nuestros Boletines virtuales y amable interlocutora de nuestros análisis sobre el mercado del arte, la autora nos envió este texto para que dispusiéramos de él. En su primer tramo, Ana lo escribió como marco referencial de sus clases en la Universidad del Salvador siendo la titular de la cátedra Arte y Medios en la Carrera de Gestión e Historia de las Artes. Lo compartimos con ustedes para abrir el espacio de lectura y reflexión, pero con una “puesta al día” realizada por su autora, ahora sí en exclusiva para Hilario.


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