William Henry Hudson, un faro hacia la literatura.

Argentine ornithology… De Phillip Sclater y Guillermo Hudson. En su primera edición, de 1892. 



De W. H. Hudson: Birds of La Plata. London & Toronto, J. M. Dent & Sons LTD. New York, E. P. Dutton & Co. (The Temple Press Printers), 1920. 



Allá lejos y hace tiempo. Peuser, 1942. Ilustración original de María Teresa Guitiérrez Salinas.



Su casa natal, hoy Museo Guillermo Enrique Hudson. En la piedra, tallada, la leyenda: El pájaro y el árbol conocieron la pureza de tu espíritu. Fotografía: Carlos Fernández Balboa.



Carlos Fernández Balboa

 

Licenciado en Museología por la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA), Magister en Educador ambiental, Instituto de Investigaciones Ecológicas de Málaga (IIE.España) y Diplomado en montaje de exhibiciones, Universidad Nacional de las Artes de Argentina. (UNA).  Trabaja desde 1987 en comunicación, interpretación y estrategias de puesta en valor del patrimonio natural y cultural con una mirada integral de esta disciplina. Fue coordinador de educación ambiental de la Fundación Vida Silvestre Argentina (1989-2012), Coordinador de Turismo Cultural del Ministerio de Turismo de la Nación (2008-2012) y Miembro del Programa Misiones Jesuíticas del Ministerio de Cultura de la Nación (2011-2014). Desde 2013 se desempeña como museólogo del Parque Histórico provincial casa natal de Guillermo Enrique Hudson de la provincia de Buenos Aires. Es docente de la Universidad de San Martín, la Universidad Autónoma de Entre Ríos y de la Universidad de Buenos Aires.

 

A través de la consultora Exhibir www.exhibirmuseos.com ha realizado más de 40 exhibiciones museográficas en Argentina y en el exterior, ha publicado veinticuatro libros solo o en colaboración sobre medio ambiente, patrimonio y museos. En el marco del aniversario de Guillermo Enrique Hudson coordinó la campaña audiovisual Hudson tiene Voz, canal de YouTube del mismo nombre, y la página web: www.hudsonculturalnatural.com  Contacto [email protected]

Por Carlos Fernández Balboa *

Al momento de publicarse este artículo, estamos próximos a atravesar el primer centenario del fallecimiento de William Henry Hudson quien se marchó hacia el silencio un 18 de agosto de 1922. Tal vez sea el momento de recordarlo como lo hiciera Rabindranath Tagore, el hindú, que obtuvo el premio nobel de literatura, en 1913.  Apenas pisó el puerto de Buenos Aires en diciembre de 1924 le pidió al periodista del diario La Nación Carlos Alberto Leumann que le hablara de uno de “sus escritores favoritos” el argentino Guillermo Enrique Hudson.  Como le sucede hoy a una gran parte de los argentinos, nuestro compatriota tuvo que reconocer su ignorancia sobre el tema y consultó apresuradamente a Victoria Ocampo. La directora de Sur, también se declaró incompetente en la materia, pero recurrió a uno de sus principales asesores, “Georgie”.

 

Jorge Luis Borges la introdujo en la vida y obra de aquel autor sobre el que se había referido por primera vez en “Queja de todo criollo” (en Inquisiciones, 1925), donde se lamentó frente al inevitable ocaso de la cultura gaucha y de la identidad criolla argentina diciendo: “En el poema de Hernández y en las bucólicas narraciones de Hudson (escritas en inglés, pero más nuestras que una pena) están los actos iniciales de la tragedia criolla.” En 1926, Borges vuelve a mencionar a Hudson, esta vez de manera mucho más relevante. En El tamaño de mi esperanza, aquel libro de ensayos criollista del que muchos años después se arrepentiría (negándose a incluirlo en sus obras completas), Borges se refiere a Hudson en los artículos “La pampa y el suburbio son dioses” (donde cita a Darwin significativamente a través de Hudson y llama a este último “muy criollero y nacido y criado en nuestra provincia”), y “La tierra cárdena”, esta es la primera reseña de una obra literaria del naturalista. En el año 1941 reafirmaría su pensar al escribir en el diario La NaciónLa tierra purpúrea es uno de los pocos libros que nos brindan felicidad”. El gran Borges que había leído a Hudson en inglés, su idioma original, tenía suficiente autoridad como para comenzar a introducir a este desconocido naturalista anglo-argentino en el canon de la literatura nacional. El artículo de La Nación sería reproducido y ampliado en “Otras inquisiciones” de 1952.

 

William Henry Hudson o Guillermo Enrique Hudson, “Dominguito”, como le decían los paisanos de Quilmes, o “Huddie” como lo llamaban sus íntimos en Inglaterra, nació un 4 de agosto de 1841 en la estanzuela de “los Veinticinco Ombúes”, actualmente ubicada en el partido de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, y que es el museo que lleva su nombre. La llanura pampeana no solo fue el ámbito donde se desarrolló, junto a sus cinco hermanos y sus padres norteamericanos, sino también fue el motivo de inspiración de gran parte de su obra.  Se fue de la Argentina a la edad de 32 años, rumbo a Inglaterra por varios motivos: Un poco por  salud (había tenido una afección a los 15 años luego de una fuerte bronquitis producto de la mojadura durante una tormenta que lo sorprendió cabalgando), las ansias de alcanzar su vocación como naturalista, que en el ambiente de la Argentina post rosista no tenía futuro, y tal vez, para poner distancia a un amor frustrado, algo similar a lo que le sucede al protagonista de la Tierra Purpúrea, Richard Lamb, para muchos su alter ego. Con variados y sólidos motivos, eligió la tierra de sus ancestros, Inglaterra.

 

Llega en 1874, luego de un largo viaje a bordo del vapor Ebro, viaje que comparte con Abel Pardo quien, en 1884, tradujo “Pelino Viera’s Confession” (The Cornhill Magazine, 1883), que se publicará en el diario La Nación de Buenos Aires el 11 y 12 de enero de ese mismo año como “La confesión de Pelino Viera”, siendo esta la primera obra de Hudson traducida al castellano.

 

Su estadía se hace dura desde el comienzo. Al año de residir allí se casa con la dueña de la pensión donde vivía, Emily Wingrave; quince años mayor, será su “compañera” hasta la muerte de ella en 1920. En Inglaterra cambia el caballo (que extrañará toda su vida) por la bicicleta o el andar a pie. Abomina del auto y elige el tren para visitar algunos pueblos que lo pondrán en contacto con las colinas inglesas, vagamente parecidas a la pampa y charlar con campesinos, pastores, niños y mujeres de ese ambiente rural. Nace allí el Hudson sociológico y poco conocido. Llevará siempre a la pampa en su corazón y así se lo cuenta en una carta a su hermano Alberto, cuando este lo invita a volver para estudiar los pájaros de Córdoba, donde estaba instalado. Ya era tarde: “Te agradezco, pero no podré, a veces pienso que de los dos caminos que tomé en la vida, elegí el que menos me convenía. Nunca olvidaré la pampa”. Explícita o implícitamente la Argentina se hace presente en los veinticuatro títulos que constituyen su obra.

 

Hudson es argentino a pesar de haber escrito en inglés, por su obra, por su sentimiento de nostalgia, porque quizás como ningún otro escritor, reflejó la llanura pampeana virgen de alambrados y de extranjeros. Es también un gaucho angloparlante, y ese espíritu lo incorpora en la literatura inglesa de principios del siglo veinte. Hudson nos permite trazar un camino amplio hacia la literatura, y para los que nos consideramos bibliófilos hoy, también nos alienta a introducirnos en el mundo del libro antiguo.

 

En 1923, un año después de su muerte, J M Dent & Sons Ltd. publica la bibliografía completa de veinticuatro obras, en tiradas de 5000 ejemplares para Inglaterra y 3000 para Estados Unidos. En la actualidad solamente dieciséis de sus veinticuatro libros han sido traducidos al español en variadas ediciones de calidad y formato.  

 


Como valor bibliográfico, sin duda, Argentine ornithology en su primera edición de 1888-1889, es la más valiosa. De esta obra, en dos tomos numerados y firmados, incluyendo 22 láminas a color; sólo se editaron 200 ejemplares. Fueron tratadas 434 especies. Es más frecuente en el mercado la edición que en 1920 sacara Hudson en solitario, ya sin la colaboración de   Philip Lutley Sclater: Birds of la Plata.

 

La tierra Purpurea es su primera novela de 1885 que no tiene éxito. Recién en la segunda edición de 1904 donde Hudson le acorta el nombre de La tierra purpurea que Inglaterra perdió, a simplemente “La tierra Purpurea”, la obra y el autor adquieren un cierto prestigio en el competitivo mercado literario de Londres. En Argentina encontramos varias impresiones finamente ilustradas, particularmente la de Guillermo Kraft de 1956, con dibujos de Enrique Castells Capurro es una de las más interesantes. La obra, como ya dijimos, es criticada por Jorge Luis Borges y junto con El ombú y Allá lejos y hace tiempo permite introducir a Hudson en la literatura gauchesca.  

 

En una edición española de 1927 nos encontramos con un epílogo de Miguel de Unamuno que en un párrafo expresa: “¡Soberbia obra! No conozco otra, en español, que me haya dado mejor lo que se me antoja llamar el alma del Uruguay. El libro me recuerda a trechos a The Bible in Spain, de Borrow, pero ¡qué de hondo cuajo sentido todo! El autor empezó, se conoce, con el desdén inmotivado del inglés -over civilized- a lo natural, sintiendo sobre sus hombros el peso de un reino en que no se pone el sol, sin deseo alguno de hacerse agradable, pero le ganó la vida profunda del gaucho oriental. Dice que no es paisajista, más en todo su relato alienta, sin descripciones, el paisaje que hace el paisanaje oriental, paisaje interior: como en Cervantes. Pues por otra parte no deja el libro de recordar al Quijote; es quijotesco. Abeja de conversaciones se llama a sí mismo el autor y nos da un panal de la más sabrosa miel de flores silvestres. ¡Miel! El mismo dice una vez de algo que no es amor sino una sagrada especie de afecto que se parece al amor.”

 

El otro elemento extraordinario del lenguaje hudsoniano es la propiedad de lo gauchesco vertido al inglés. Hace hablar a sus seres al modo bárbaro, simbólico y expresivo que correspondía a la circunstancia. Así, en purísimo inglés aparece la perífrasis gauchesca tan cargada de humorismo y de conseja como en su lengua original; y en espontánea expresión, la intención maliciosa, la gracia, lo pintoresco, y la presunción se dan unidos con la metáfora amorosa y el giro caballeresco del modo gaucho. Cunninghame Graham, su amigo, ha señalado en el prólogo a la primera edición de The Purple Land un rosario de dichos y modismos gauchescos de una gracia original. En 1996 Zurbarán ediciones toma las pinturas que en homenaje a la obra de Hudson había realizado Florencio Molina Campos y produce una edición que combina arte y literatura en igual calidad expresiva de todo lo gauchesco.

 

Retrato de Hudson. La cámara captó su bonhomía.

 

 

En 1902 se publica El ombú y otros cuentos, rarísimo enfoque para el mundo inglés ya que no se llega a comprender en ese ámbito el lenguaje tan particular de la cultura gauchesca. También la versión española recibe críticas ya que Eduardo Hillman, el traductor, peca de más papista que el papa, brindándole a la traducción un tono gauchesco forzado, alejado de la versión original. Es fuertemente criticada por Eduardo Espinosa (Samuel Glusberg) que bien comprende el espíritu del naturalista y ve en esa transcripción una traición a su estilo e intencionalidad.  Así y todo, El ombú... se propaga en el ámbito nacional, cuando autores como Roberto J. Payró lo destacan como un clásico de la literatura gauchesca. Nuevas traducciones la mejoran y una vez más la edición de Kraft de 1953, ilustrada por Alfredo Guido, es una de las más recomendables.

 

Green Mansions se publicó en 1904 y fue un éxito, tanto de crítica como económicamente. En 1959 el director Mel Ferrer la lleva al cine de Hollywood, con el protagonismo de su esposa Audrey Hepburn y un joven Antony Perkins, aún lejos de Psicosis de Alfred Hitchcock; la película tuvo un moderado éxito de público. Leída por sí sola después de más de cien años, esta historia de un ser femenino único que vive en armonía con los animales -no come carne, canta como un pájaro y teje sus prendas con seda de araña- parece muy peculiar y actual en términos de crítica medioambiental.

 

Margaret Atwood, la célebre autora canadiense de “el cuento de la criada”, ferviente admiradora de Hudson, ya que como él ostenta la doble condición de escritora y observadora compulsiva de aves, nos cuenta: “Mansiones Verdes es un presagio de lo que vendrá: algunas características de este mundo encajarían muy bien, por ejemplo, en un tratado sobre veganismo, o en la película Avatar de James Cameron, con su exótica flora gigante, el árbol de la diosa femenina y gente de la naturaleza de tonos azules y orejas de duende, por no mencionar muchas otras novelas de ciencia ficción y fantasía escritas desde la época de Hudson. Pero colocada en su propio contexto, Green Mansions se vuelve menos críptica. Es parte del enorme estallido de literatura fantástica y de aventuras que golpeó el mundo de la lectura en el último tercio de la era victoriana y se prolongó hasta los primeros años del siglo XX. Este período fue el crisol de la ciencia ficción y la fantasía de los siglos XX y XXI, que aún no se conocían con estos nombres. (...)  Y, a pesar de la alegría de las utopías victorianas tardías, como News from Nowhere de William Morris, el progreso podría no ser inevitable y la evolución podría no ser una calle de un solo sentido, que conduzca siempre hacia formas de vida más elevadas. ¿Qué pasaría si fuera al revés, como se postula en la fantasía infantil de 1862 de Charles Kingsley, The Water Babies, que contiene una fábula de la reversión a los simios, y luego, más en serio, en The Time Machine, en la que la humanidad degenera en tenues e ineficaces seres infantiles? ¿Quiénes son presa de los carnívoros descendientes de la clase trabajadora? Las certezas anteriores habían sido arrojadas a la licuadora y los resultados eran realmente preocupantes.”

 

“Este es, entonces -seguimos con la voz de Margaret Atwood-, el contexto de Green Mansions. Es un romance en una tradición bien entendida; es un cuento de aventuras ambientado en un escenario exótico; toca una de las obsesiones de su época, «la cuestión de la mujer», y presenta una criatura femenina de una pureza casi angelical; y pone en duda la naturaleza de la naturaleza humana.”

 

Hudson había apuntado al mismo conjunto de motivos anteriormente, en su utopía de 1887, A Crystal Age. Propulsado hacia el futuro, el héroe de esta novela corta se encuentra en una sociedad que vive en hermosos entornos naturales, felizmente hace artes y oficios al estilo de William Morris y debe enfrentarse a los problemas ambientales de la revolución industrial.

 

Si bien Hudson no tenía una profusa vida social, ya que su condición de pobreza y salud se lo impedían, frecuentaba algunos almuerzos y tertulias con personalidades destacadas de la literatura inglesa. Entre ellos, sus amigos más cercanos fueron los escritores Edward Garnett, Morley Roberts y el excéntrico aventurero Roberto Cunninghame Graham, quien prologó sus dos libros, Allá lejos y hace tiempo y La tierra purpurea.  Si bien no eran íntimos, tenían un mutuo respeto por Joseph Conrad, el autor polaco que, al igual que Hudson, había tenido que “adaptar” el idioma inglés a un estilo propio, con obras clásicas como Lord Jim o El corazón de las tinieblas. Al enterarse del fallecimiento del naturalista, Conrad dijo: Hudson era una fuerza de la naturaleza, escribía como crece la hierba.

 

El escritor ruralista y ambientalista H. J. Massingham, amigo y admirador de Hudson, escribió proféticamente: "Pero, aunque dudo que tenga muchos más lectores ahora que hace treinta años, lo cierto es que su nombre es imperecedero y que su su trabajo ha contribuido a lograr una esencia, un espíritu y una visión completos en sí mismos y sin paralelo en nuestra literatura”. Dos obras de Hudson merecen especial mención en el aporte al conocimiento de la idiosincrasia británica, A pie en Inglaterra (1909) y Un vendedor de Bagatelas (1921), en ellas es donde también podemos vislumbrar al Hudson sociólogo, cuya faceta es la menos conocida y estudiada.

 

Allá lejos y hace tiempo. Su primera edición en inglés. 

 

 

Debido a una enfermedad que lo mantiene en cama varios meses, escribe Alla lejos y hace tiempo -lo publica en 1918-, usando como insumo sus vívidos recuerdos de la niñez en Chascomús y en la casa de los Veinticinco Ombúes. La frase que da título al libro y la misma obra serán muy populares en la Argentina, ya que desde 1938 cuando Fernando Pozzo realiza la traducción para la Municipalidad de Quilmes, las múltiples y cuidadas ediciones de Editorial Peuser se utilizan como texto escolar hasta mediados de la década del 1970, donde deja de leerse. Sin embargo, la temática rural, el tono melancólico del relato y una mirada casi iconográfica de la época rosista en la campaña bonaerense hace que este sea su libro -¿quizá más mencionado que leído?- en nuestro medio.

 

En la Argentina, seguir la huella de Hudson también nos lleva a conocer, leer y disfrutar a diversos autores. Luis Franco, Ezequiel Martínez Estrada, Horacio Quiroga, el mismo Borges ya mencionado, y más recientemente Ricardo Piglia, Horacio González o Juan Sasturain.

 

El número 1 de la revista Trapalanda, un colectivo porteño, sale en octubre de 1932. Esta nueva propuesta editorial de Samuel Glusberg o (Eduardo Espinoza en su seudónimo de escritor), venía de cerrar la primera etapa de la revista Babel, y contó con la colaboración de Luis Franco y Martínez Estrada, jóvenes amigos de la hermandad que formaban bajo el ala de Lugones. Aquel primer número estuvo parcialmente dedicado a la figura de Hudson, también con artículos de Roberto Cunningham Graham y del mismo Espinosa. Contiene la ilustración preciosa de un cardenal, obra de Héctor Basaldúa.

 

En 1928 Horacio Quiroga publica su primer artículo sobre Hudson, titulado simplemente “La tierra purpúrea”, lo podemos consultar en El truck del perfecto cuentista. En 1929 publicaría el segundo, “Sobre ‘El Ombú’ de Hudson”, donde también valora el tono social del cuento, pero critica la traducción “acriollada” que Hillman hace de “El Ombú”, coincidiendo con Espinosa.

 

Luis Franco escribió sobre Hudson una serie de artículos en La Prensa (más de seis a lo largo de los años 1957 y 1976) y en 1956 publica Hudson a caballo. No se trata de una biografía, más bien es un homenaje con una interpretación personal donde el poeta de las sierras de Belén rinde culto al gaucho de la llanura. En el año 202O, la editorial Leviatán reedita a Franco contando a Hudson, pero con el valioso agregado del prólogo del sociólogo y ensayista Horacio González, donde demuestra su espíritu hudsoniano y su conocimiento del tema ya expresado en el libro Restos pampeanos, ciencia ensayo y política en la cultura del siglo XX.   

 

“Luis Franco percibe bien en Hudson la veta experiencial, sensitiva, la felicidad rural, la fabulosa continuidad entre los hombres y los animales, la preferencia por la vida en la naturaleza antes que por el carácter atroz de la historia”, dice Horacio González.

 

En 1951 a través del Fondo de Cultura Económica de México, uno de los enamorados de Hudson nos entrega la que consideramos la biografía más sentida, nos referimos a Ezequiel Martínez Estrada que publica El maravilloso mundo de Guillermo Enrique Hudson. El autor de Radiografía de la Pampa y La cabeza de Goliat, muestra un profundo conocimiento del homenajeado, no solo de su obra, sino de su espíritu y su sentimiento por la naturaleza.

 

Contrasta la labor de Martínez Estrada con el trabajo ascético, puntilloso y casi quirúrgico que realiza Alicia Jurado, luego de su viaje de investigación a Londres. En 1971 el Fondo Nacional de las artes publica su Vida y obra de W. H. Hudson. Quizás la biografía más popular del naturalista se la debamos a quien tuvo el privilegio de escribir junto a Borges el ensayo ¿Que es el Budismo?, pero creemos que la mirada crítica y distante de A. Jurado no refleja con toda justicia la vida del naturalista de la pampa perdida.

 

Entre Estrada y Jurado, es cierto lo que plantea el autor del Manual de perdedores, el actual director de la Biblioteca Nacional. Allí sostiene Juan Sasturain que “Hudson es para nosotros un escritor insoslayable, más allá de falaces chauvinismos «si es nuestro» o «de ellos»: -es obvio que pertenece a la literatura inglesa- su mirada y experiencias únicas y testimonio personal riquísimo que ha dejado en textos luminosos sobre una época y ciertos ambientes de nuestra patria lo hacen de lectura imprescindible”.

 

También merece ser incluido en el grupo de los “Hudsonianos” Ricardo Piglia quien, en El viaje de ida, hace que el protagonista viaje a dictar clases a Inglaterra sobre W. H. Hudson iniciando la trama de la novela. En su obra póstuma Los diarios de Emilio Renzi (que recomiendo fervorosamente) Piglia nos explica: “El escritor, naturalista y ornitólogo W. H. Hudson, sobre el que Renzi imparte su clase en la universidad, representa fielmente la ambivalencia de quien se siente arraigado a una cultura y vive en otra distinta: “me interesaban los escritores atados a una doble pertenencia, ligados a dos idiomas y a dos tradiciones. Hudson encarnaba plenamente esta cuestión” (p. 36). La óptica con que se observa el entorno está enraizada, tanto para Hudson como para Renzi, en sus recuerdos de la Argentina, las experiencias vividas durante la dictadura y, principalmente, el idioma: “el inglés me intranquilizaba, porque me equivoco con más frecuencia de lo que me gustaría y atribuyo a esos equívocos el sentido amenazador que las palabras a veces tienen para mí” (p. 22).

 

Como vemos, Hudson nos abre un panorama amplio de la literatura, del arte, de la historia natural argentina; de la gauchesca y la sociología inglesa, todas situaciones que no hacen más que alegrarnos la vida. En su casa natal, hoy museo histórico provincial, en uno de los paneles donde presentamos sus obras, nos atrevemos a hacer una sugerencia al visitante: “No se muera sin leer a Hudson”. Y es que simplemente trasladamos la opinión de Borges sobre La Tierra Purpurea a toda su obra. Sabemos que, como aquellas cosas bellas de la vida, Hudson puede brindar al que se asome a él una auténtica felicidad.

 

* Quiero agradecer a Roberto Vega por la invitación a escribir este artículo por su emprendimiento Hilario que contribuye desinteresadamente a la cultura argentina. A Eve Lencina y a Enrique Pedrotti por el profundo y permanente estudio literario que realizan de la obra de Guillermo Enrique Hudson.


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