Un museo desaparece: la corta y triste historia del Instituto Australiano de Anatomía de Canberra

La sede del antiguo museo devenido en Archivo fílmico y sonoro nacional. Fotografía: Irina Podgorny.



Planos de la llamada lámpara del ornitorrinco. Ver la otra imagen con el tragaluz acristalado. Fotografía: Gentileza Archivo Nacional de Australia.



Plano con el diseño de los muebles para el Museo. Fotografía: Gentileza Archivo Nacional de Australia.



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

Canberra es la sede del Territorio de la Capital Australiana ubicada a 300 kilómetros al sudoeste de Sídney y 650 kilómetros al noreste de Melbourne. Con su creación, ocurrida a principios del siglo XX, se resolvía la rivalidad entre los grupos que pugnaban por establecer la capital nacional en alguna de estas dos grandes ciudades.


La decisión estuvo precedida de varias controversias ligadas a la presión política y al trabajo del agrimensor Charles Robert Scrivener (1855-1923), nacido Nueva Gales del Sur de padres londinenses. Scrivener había ingresado en el Departamento de Tierras de su estado como cadete "ordenador geodésico" en la rama de trigonometría (1876). Aprobó el examen de delineante (1877) y luego, hasta 1880, se desempeñó como aprendiz, hasta que aprobó el examen de topógrafo autorizado. A partir de 1891, participó de la definición de los límites de la Compañía Agrícola Australiana. Gracias a su trabajo en zonas muy escarpadas, adquirió renombre por sus habilidades en el trabajo de campo, una reputación que lo incorporó al equipo a cargo del estudio para la ubicación de la futura capital federal, marcado por la indecisión y las presiones políticas que llevaron a inspeccionar un total de veinticinco emplazamientos posibles. Algunos habían recomendado Bombala, un territorio austral con acceso al mar en Eden. Otros, en cambio, promovían Tumut, al oeste de la actual Canberra. Scrivener sugirió entonces Buckley's Crossing, donde era posible generar energía hidroeléctrica barata en la zona de Jindabyne. Durante dos meses, en el invierno de 1904, Scrivener y un ayudante prepararon los mapas y los informes que llevaría a la elección de Dalgety. Scrivener marcó los posibles límites territoriales y, por iniciativa propia, añadió 4.015 km², incluyendo la cuenca del río Snowy y el monte Kosciusko. Furioso, el primer ministro de Nueva Gales anuló esta propuesta y amenazó con una acción en el Tribunal Superior si se introducía un solo mojón topográfico de la Commonwealth en suelo de su estado. Finalmente, en diciembre de 1908, tras la aceptación del distrito de Yass-Canberra como futura sede de la capital, Scrivener fue elegido para determinar el mejor emplazamiento de la ciudad y el territorio de captación de agua. Con un pequeño equipo y jornadas de dieciséis horas diarias, la tarea se completó en dos meses, provocando nuevamente la ira del primer ministro y la hostilidad de Nueva Gales del Sur al sugerir un territorio en forma de bumerán de 2.630 km² determinado por las cuencas de los ríos Cotter, Queanbeyan y Molonglo. A pesar de ello, se aceptó edificar una ciudad en el valle de Canberra con acceso ferroviario a la bahía de Jervis. Como La Plata treinta años antes, la nueva capital surgiría de la nada.


La prospección del equipo de Scrivener fue la base del concurso internacional para el diseño de la capital, donde se seleccionó el proyecto realizado por los arquitectos de Chicago Walter Burley Griffin (1876-1937) y Marion Mahony Griffin (1871-1961). Se trataba un plan ambicioso para una capital nacional de 75.000 habitantes que se aprovechaba de la topografía de sus alrededores y respondía al movimiento de la “ciudad jardín”. Era una derivación magistral -y una extensión- de las ideas que Griffin había observado en la Feria de Chicago (1893), el plan Mc Millan para Washington (1901), el de Bennett y Daniel Hudson Burnham para Chicago (1909), así como otros trabajos de este último, arquitecto de Chicago y figura destacada del movimiento City Beautiful.


La construcción -teóricamente- comenzaría en 1913 pero antes, en 1910, Scrivener había sido nombrado primer director de tierras y estudios de la Commonwealth. Estableció la rama de agrimensura del Departamento del Interior y se concentró en los estudios topográficos, catastrales, de triangulación y ferroviarios relacionados con la planificación de la ciudad y la compra de tierras, hasta que él y su personal fueron destinados a Melbourne en 1914, donde se jubilaría al año siguiente. Scrivener fue el principal autor del "plan departamental" para Canberra, propuesto en 1912 como una alternativa más barata y técnicamente más sencilla que el diseño de W. B. Griffin. El topógrafo rechazaba la idea del arquitecto de construir tres lagos conectados a diferentes niveles, proponiendo un único lago embalsado cerca de la presa que, en la actualidad, se llama Scrivener. Despreciaba las intenciones de los Griffin, en particular su simbolismo geométrico. Impaciente por construir la ciudad, Scrivener se molestaba por las modificaciones permanentes y los replanteamientos que esto presuponía. Este distanciamiento profesional terminó a favor de Griffin, decisión que, sin embargo, tampoco aceleró la obra que se vio postergada por el inicio de la Gran Guerra pero también por los conflictos entre los políticos y técnicos a favor y en contra del proyecto de Griffin, origen de controversias interminables.


En 1917 Griffin terminó el levantamiento topográfico de las principales líneas axiales de la ciudad y al año siguiente elaboró su plan definitivo, en el que se mostraban los lagos exactamente como él los quería. Pero, mientras Griffin dirigió la obra, poco se hizo, más allá de la plantación de árboles. En 1920, cuando se instó al gobierno a cumplir el requisito constitucional de establecer Canberra como sede del gobierno, ya era evidente que, por su formación y temperamento, aquel arquitecto no podía desempeñar el papel ejecutivo requerido para esta empresa. En 1928 Griffin afirmaría que se "habían violado los principios estéticos, sociales y económicos en casi todo lo hecho mientras que las carreteras y los servicios ni siquiera se conectaban con el planteo original”. Sus ideas se respetaron solo en la medida en que fueron consideradas factibles. El lago de Canberra, por ejemplo, fue construido con la forma a la que él se oponía: bautizado como lago Griffin, se inauguró en 1964.


En ese plan original no existía ningún museo. Pero, como ocurriría con el Museo La Plata, un coleccionista, en este caso de la ciudad de Melbourne, se aprovecharía de este proyecto para proponer al gobierno la instalación de un museo nacional en los terrenos de la nueva capital australiana. Se trataba del médico cirujano William Colin MacKenzie, nacido en Kilmore, al norte de Melbourne, en 1877. Desde sus estudios en medicina en la universidad de esta ciudad, combinó sus afanes en dos áreas: la anatomía comparada y la ortopedia. En el hospital infantil de Melbourne, se interesó por el tratamiento posterior de la parálisis, que profundizó durante su primera estancia en Europa en 1904. Al volver a Australia, se encontró con las consecuencias de una epidemia grave de parálisis infantil, circunstancia donde aplicó los principios del reposo y la recuperación muscular: según MacKenzie, el problema principal residía en cómo devolver a los músculos su uso normal, promoviendo la "reeducación muscular". Ya encargado de las colecciones de anatomía de la universidad de Melbourne, en simultáneo se abocó a la fauna de Australia y a desentrañar los detalles anatómicos del koala, el ornitorrinco, el wombat y otros animales del continente. A principios de 1915 viajó a Inglaterra, donde realizó otros trabajos de anatomía y ayudó en la catalogación de los “especímenes de guerra” que se había empezado a coleccionar en el Museo Hunter del Real Colegio de Cirujanos de Londres. En efecto, en noviembre de 1914 se había constituido un Comité para elaborar una historia médica de la guerra para recoger en los puestos de socorro y en los hospitales militares ejemplos de las heridas y enfermedades sufridas por los soldados. Se proponían disecar y examinar dichos especímenes para comprender su alcance y naturaleza, de modo que se pudieran adoptar los mejores medios para su tratamiento. Asimismo, la conservación de estos ejemplos instructivos facilitarían su examen no sólo por los cirujanos del ejército de hoy, sino también por los médicos de las generaciones venideras. Tales ejemplos o especímenes eran considerados como documentos originales, una fuente fiable de conocimiento sobre las heridas en el cráneo, la columna vertebral, la pelvis, el tórax, las piernas y los órganos y tejidos blandos. Asimismo, una parte de la colección ilustraba los resultados de los tratamientos que se estaban experimentando con éxito.


De esta manera, en un museo que durante todo el siglo XIX había sido dirigido por anatomistas interesados por la zoología animal como Richard Owen, el descriptor de los fósiles más emblemáticos del mundo victoriano, MacKenzie encontró la manera de combinar ese interés con las aplicaciones de la anatomía y la cirugía en la recuperación de las heridas de guerra. En 1917 organizó un departamento de reeducación muscular en el hospital militar ortopédico de Shepherd's Bush, Londres, y en 1918 publicó su obra sobre miología que sería reimpresa en 1919 y en 1930.


Mackenzie regresó a Melbourne en 1918 y se instaló en una casa en la calle de St. Kilda, convirtiendo una parte en laboratorio y museo que, a partir de 1919, empezó a denominar Instituto Australiano de Investigación Anatómica. MacKenzie dedicó sus esfuerzos a la anatomía comparada y a la recolección y estudio de especímenes de la fauna australiana sobre lo que publicó varios folletos dedicados a los sistemas gastro-intestinal, genital, urinario y glandular de los monotremas y los marsupiales. En 1920, las autoridades estatales de Victoria le concedieron unas 32 hectáreas de matorral en Badger Creek, Healesville, como estación para sus investigaciones. A sus expensas valló el terreno, construyó una casa de seis habitaciones para un conservador, una cabaña para los científicos visitantes, un taller y corrales para los animales, y empleó a asistentes. Cuando abandonó el terreno a finales de 1927, sugirió que la reserva se ampliara a 202 hectáreas y se convirtiera en un parque nacional. Siguiendo sus pautas, el Santuario Sir Colin MacKenzie se inauguró oficialmente en mayo de 1934. Hoy, y a diferencia del culto local a Francisco Moreno iniciado en esa misma década, su nombre se ha borrado de ese espacio que, desde hace unas décadas, se llama “Santuario Healesville”.


Como resultado del trabajo en St Kilda y en Healesville, MacKenzie con su personal y colaboradores lograron reunir una vasta colección, que se hizo muy conocida y estuvo a punto de ser vendida a los Estados Unidos de América. O por lo menos, ese fue el argumento que usó cuando en 1923 la ofreció como “regalo” al gobierno australiano. En una negociación similar a las de Francisco Moreno con el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Mackenzie logró que en octubre de 1924 se promulgara una ley por la que se creaba el Museo Nacional de Zoología Australiana, que consistiría en su donación y en futuras adiciones, además de su nombramiento como su primer director y profesor de anatomía comparada. Su sede debía estar en Canberra, pero mientras tanto debía permanecer en St Kilda Road, donde el trabajo continuaría hasta tanto se realizara la mudanza. MacKenzie, mientras tanto, se retiró de la práctica quirúrgica a la que le debía su fortuna y, el 22 de diciembre de 1928 se casó en Melbourne con su asistente, la doctora Winifred Iris Evelyn. MacKenzie fue nombrado caballero en 1929.


El museo, demás está decirlo, tuvo poca o ninguna prioridad en el programa que conllevaba el traslado de la sede del gobierno a Canberra y que, como vimos, tenía varios frentes que resolver. En 1928 la responsabilidad del museo fue transferida al Departamento de Salud y se tomaron las medidas preliminares que condujeron a su finalización en 1930, junto con una estación de investigación auxiliar y una reserva para animales nativos. Para ello, se cambió el nombre y se le dio el de Instituto Australiano de Anatomía. El edificio fue diseñado especialmente para ello: desde la fachada a la iluminación, pasando por las vitrinas, el sótano, la biblioteca y los espacios de trabajo y exhibición, Mackenzie trabajó con los arquitectos para organizar un espacio art decó y una decoración que apelaba a los marsupiales, a los reptiles y a los batracios de Australia. La construcción se hizo con elementos muy innovadores para la época como los bloques huecos de cemento y el hormigón armado. Allí se albergaron miles de especímenes que, luego de su inauguración siguieron llegando desde varios lugares del país. Al lado, y como todavía era costumbre, se erigió la residencia del director, una casa de dos pisos y cuatro dormitorios con un jardín que fue parte del programa de parques de la capital australiana. Repitiendo historias conocidas en Australia -pero también en la Argentina-, las alianzas de la víspera, desaparecían al día siguiente.


Aún hoy se advierten las huellas originales del museo en el tragaluz acristalado con su diseño art decó. Fotografía: Irina Podgorny.



Nada más trasladarse a Canberra se produjeron drásticos recortes en la financiación del Instituto, debido a la Depresión. En 1928, MacKenzie expuso las ideas en las que se basaba su trabajo en el instituto en su discurso presidencial ante la Asociación Australiana para el Avance de la Ciencia, "La importancia de la zoología para la ciencia médica”. Ese año, la Commonwealth aceptó su oferta de 1.000 libras esterlinas para una conferencia anual sobre medicina preventiva en memoria de su madre. En sus años en Canberra fue miembro de la Junta Médica y en 1933 se convirtió en el segundo presidente de la Royal Society of Australia, con sede en Canberra. Era miembro de la Real Sociedad de Edimburgo desde 1905. Los problemas de salud le obligaron a jubilarse en noviembre de 1937 por lo que él y su esposa regresaron a Melbourne. MacKenzie murió de una hemorragia cerebral el 29 de junio de 1938 y, a los pocos días, fue incinerado.


El destino del Instituto, tan ligado a la identidad del benefactor y promotor, se fue desarmando y, en una historia larga y complicada, un día desapareció. En 1984 las instalaciones fueron entregadas al Archivo fílmico y sonoro nacional. Parte de sus colecciones están ahora en los depósitos del Museo Nacional de Australia. Muy pocos se exhiben en esta institución inaugurada en 2001 y situada en la Península de Acton, a unos 15 minutos del antiguo edificio. Allí, una placa en el exterior recuerda a Sir Colin y a la existencia efímera de este museo del que nada queda. En la recepción, sobreviven la lámpara cenital con un ornitorrinco y las máscaras funerarias de los anatomistas más preciados por el fundador; en el jardín, las caras de unos koalas.


El Archivo Nacional conserva los planos originales y parte de la documentación ligada a su funcionamiento y a sus conflictos. Entre ellos, las cartas de la hermana de Sir Colin MacKenzie, ofendida por no haber sido invitada a la ceremonia por la cual, a pocos meses de su muerte, las cenizas del difunto se colocaron en uno de los ladrillos huecos de la sala de entrada del Instituto, selladas con una placa de bronce en su memoria. Aparentemente, Lady Winifred, su cuñada, no la participó y el Gobierno, no enterado de esa enemistad, tampoco. No hubo manera de calmarla, sobre todo porque parte de su dinero iba a las conferencias en honor de su madre. Mejor no enterarnos de cómo reaccionaría si se levantara de la tumba y decidiera visitar el antiguo museo, orgullo y promesa de la ciencia de 1930. La famosa placa, motivo de tanta ira, hoy no se puede ver: se encuentra tapada por las imágenes al natural de Nicole Kidman, Cate Blanchett y Mel Gibson, los australianos que triunfan en Hollywood, el tema de una exposición que recibe visitantes a granel. Quizás, para evitarle mayores amarguras, habría que recordarle las palabras de Robert Musil, porque a fin de cuentas, nada es más invisible que un museo, un monumento y un memorial. Y que los museos, como los hombres y los koalas, también mueren.



* Desde el Centro de Humanidades de la Universidad de Australia (ANU, Canberra), especial para Hilario. Artes Letras Oficios


Suscríbase a nuestro newsletter para estar actualizado.

Ver nuestras Revistas Digitales